Autónomos, ni tanto ni tan calvo

Llevo unos días oyendo con una cierta frecuencia el conocido chiste sobre el milagro de los autónomos que no pueden ponerse enfermos. Es un buen discurso que da valor al emprendimiento individual e individualista, pero tiene mucho de sesgado. Veamos cual es la realidad detrás de los relatos más o menos interesados.

Los autónomos que no lo son.

En primer lugar, no todos los trabajadores autónomos son voluntarios. Con tasas de desempleo tan altas llega a ser frecuente que algún empresario sin escrúpulos le diga a su empleado que si quiere trabajar tendrá que hacerse autónomo, y así él le pagará el mismo salario bruto (ahorrándose las cotizaciones de seguridad social y retribuciones sociales) pero una parte en negro (con lo que ambos se ahorran al menos parte de los impuestos). A cambio, el trabajador tiene que pagar el total de la seguridad social, no tiene horario, tampoco percibe indemnización en caso de despido porque su contrato es mercantil. Son los falsos autónomos, de los que no hay, obviamente, estadísticas oficiales.

Otro tipo de falso autónomo es el económicamente dependiente que trabaja para un único proveedor. Por ejemplo, los repartidores de productos alimentarios que trabajan para una única marca y dependen de ella. Su situación es parecida a los falsos autónomos, pero resulta totalmente legal. En el tercer trimestre de 2016 la Seguridad Social recogía la existencia de 10.354 trabajadores de este tipo.

La suma de ambos tipos de trabajador por cuenta propia que prestan servicios únicamente a un empresario se encuentra repartido entre los 2,16 millones de autónomos que declaran no tener empleados, un 67,8% del total de los 3,19 millones de empresarios reconocidos en la EPA.

Los damnificados por las políticas de emprendeduría de los mamandurrios del gobierno.

Mientras la mayoría de nuestros políticos gobernantes no han dado un paso fuera de la seguridad de las grandes empresas, de sus propios partidos, o de la función pública (de alto nivel, of course, que ser mileurista no está bien visto en ciertos barrios), han fomentado como locos el emprendedurismo. El resultado es que un gran número de personas desempleadas, desesperadas por no encontrar un trabajo, han acabado por invertir sus prestaciones de desempleo en proyectos que, faltos de ayudas, con frecuencia fracasan. No he encontrado estadísticas de estas solicitudes, pero doy fe que fueron frecuentes cuando se publicaron las tarifas planas del Régimen Especial de Trabajadores Autónomos. Tanto los que se fueron, como los que volvieron al poco tiempo.

El autónomo vocacional.

En buena parte los autónomos tienen negocios pequeños, muchas veces heredados, que dan lo justo para vivir. No pueden ir muy lejos de vacaciones, o lo hacen sólo en años olímpicos. Para ellos no rigen jornadas laborales, ni tienen beneficios sociales, pero es lo que eligieron. Cuando la crisis del ladrillo estalló y cayó hasta el fondo del abismo el empleo, estos autónomos tuvieron que cerrar sus tiendas y talleres. Muchos de ellos habrán pasado al cabo de un tiempo, cuando la necesidad superó al orgullo, por las oficinas del SEPE (antiguo INEM) para preguntar si tenían derecho a algún tipo de ayuda. Allí les habrán explicado que no, que no tenían derecho porque no cotizaron.

Porque esto es algo que tiende a olvidarse cuando se habla de los trabajadores por cuenta propia, y es que tienen la capacidad de decidir sobre sus coberturas sociales, y acostumbran a elegir la opción más barata.

Por ejemplo, se dice con frecuencia que el trabajador autónomo no puede enfermar porque pierde dinero. Bien, la cotización por Incapacidad Temporal (la conocida baja por enfermedad común) es obligatoria en el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos desde 2008, pero cuando cotizas el mínimo no esperes cobrar más que lo que has contratado.  Ningún trabajador por cuenta ajena que cotice por el salario mínimo espera cobrar miles de euros cuando está enfermo, y con frecuencia también deja de cobrar una parte sustancial del salario. Y también los trabajadores por cuenta ajena en precario, que son legión gracias a las sucesivas Reformas Laborales, se arriesgan a ser despedidos y no volver a ser contratado si corre la voz de que está enfermo. Aquí ya no piden la baja más que los moribundos y quienes poco tienen que perder.

Otro tanto cabría decir del seguro de desempleo, del que se afirma que es un derecho que se les niega. Es cierto que no pueden cobrar las prestaciones por desempleo del Régimen General de la Seguridad Social, pero disponen de un seguro por cese de actividad, que en su inmensa mayoría ningún autónomo suscribe para ahorrarse su coste. No es ningún chollo, pero tampoco lo es un subsidio, ni una ayuda extraordinaria del gobierno para desempleados procedentes del Régimen General. En cuanto a las rentas para personas en situación especialmente sensible, tienen tanto derecho como cualquier otro ciudadano. Es decir, muy poco, pero ni más ni menos.

Por tanto, es cierto que la vida del trabajador autónomo es en general dura, pero no lo es que estén desprovistos de derechos de los que sí disponen los trabajadores por cuenta ajena. Es más, tienen un derecho que no tenemos los demás: el de decidir qué riesgos aceptan y cotizar en consecuencia. Cuando el riesgo se materializa y tienen que cerrar el negocio, caen enfermos o se accidentan, obviamente recibirán sólo aquello por lo que pagaron. Y si optaron por cotizar a una mutua en lugar de la Seguridad Social, luego no clamen si las entidades de la Seguridad Social no se preocupan por ustedes.

La solidaridad del autónomo.

No descubro nada si afirmo que la mayoría de autónomos han adquirido la moral del tipo imperante en la sociedad occidental: el individualismo, que potencia la iniciativa personal, la competencia y el sesgo del mundo justo. Es un mito que Schiller desmontó hace tiempo, pero que sigue vigente en los discursos liberales y neoliberales. No cabe por tanto encontrar grandes dosis de solidaridad entre los trabajadores autónomos.

Es una lástima, porque una sociedad trenzada por redes de cooperación sería mucho más resistente a las coyunturas desfavorables, sean estas sociales o individuales. Desde disponer de lo que los americanos denominan un partner, un colega, que pudiese responsabilizarse de echar una mano con el negocio durante una enfermedad, o una red de colaboración para sustituir una ausencia durante unas vacaciones.

Pero es a nivel fiscal cuando los números resultan más esclarecedores: según la memoria de 2015 de la Hacienda pública, existía en España un censo de 7.914.885 empresarios, profesionales y retenedores. En ese mismo año, 2014, se tramitaron en España 3.051.759 liquidaciones de actividades económicas en el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF) con una media de ingresos de 7.688€ anuales por persona. Por comparar, cada asalariado declaró en ese mismo año haber recibido una media de 18.873€, dos veces y media el ingreso de los trabajadores por cuenta propia. Es, como mínimo, improbable.

Este resultado de pobreza inmisericorde del empresariado español no es una sorpresa para mí. Por motivos profesionales debo revisar con frecuencia declaraciones trimestrales de IVA e IRPF de autónomos, y aún estoy por ver un autónomo que alcance los 14.000€ anuales (un mileurista, para entendernos). Que no digo que no sea cierto en muchos casos, pero tanto y tantos…

Tampoco voy a discutir que la coyuntura no es precisamente favorable al pequeño comercio y a los trabajadores de oficios – electricistas, fontaneros, … – pero durante el boom del ladrillo que trajo estos lodos nadie compartió conmigo su Porsche Cayenne, ni me invitó a sus vacaciones en algún sitio exótico, ni tampoco me ayudó cuando intenté abrir un negocio propio en 2009. Fue más bien todo lo contrario: fui asaetado por todos mis competidores. Ahora que tocan duras para (casi) todo el mundo, no me vengan con la pretensión de hacerme sentir culpable.

Y mientras me toca pagar religiosamente al fisco, yo sigo viendo pasar a profesionales liberales y pequeños empresarios con coches grandes recién matriculados y apestando a dinero B (de Bárcenas), mientras el fisco se nutre del bolsillo de los asalariados. Lo he dicho y lo repito, serán pocos los sinvergüenzas, pero haberlos, haylos.

Saludos.

—————————–

NOTA BENE: Me gustaría recalcar que este no es un artículo contra los trabajadores autónomos. Yo fui por poco tiempo uno de ellos y soy consciente de lo dura que es la pelea para conseguir un contrato entre tanta trampa y escollo. Pero tampoco son mártires, ni ejemplo moral en su gran mayoría. Son lo que son, gente que se busca la vida como puede y sabe, y no es poco. Pero que no nos engañen los amañados discursos liberales: en su mayoría tampoco son las víctimas de una sociedad terriblemente injusta con ellos, y sólo con ellos.

Porque en eso el sistema no discrimina, es injusto con (casi) todos los que viven de su trabajo. Salvo los que carecen de escrúpulos, claro, que esos no tienen reparo en pasarse nuestras vidas por sus paraísos, sean o no fiscales.

3 respuestas a “Autónomos, ni tanto ni tan calvo

  1. Habría que regular el tema del falso autónomo. Canta un poco que esa persona, que antes trabajaba para una empresa, de repente es autónomo, y casualmente solo trabaja para esa empresa

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    1. Lo intentaron en su día con el autónomo económicamente dependiente cuando estalló el escándalo de los repartidores, ahora hay un nuevo escándalo con los falsos autónomos pero todavía no se les ha ocurrido cómo damnificar legalmente aun más a este colectivo. Porque ya imaginarás que la solución pasaría por más inspectores de trabajo, pero es desgraciadamente más probable que acaben legalizando la situación para no enfrentarse a la CEOE.
      Gracias por comentar y un saludo.

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