
En el anterior capítulo, os contaba que existe una cierta tensión entre los médicos especialistas y los viejunos lúcidos. Es fácil de entender, tenemos una edad, y ellos (o ellas) poco pueden hacer ya por nosotros sin correr riesgos de derribo total. De modo que los médicos especialistas utilizan una de estas tácticas, o una combinación de ellas, para quitársenos de encima:
- Dar por sentado que es cosa de la edad y no tiene arreglo. Y por si acaso, ahorrarse las pruebas que pudieran contradecir el diagnóstico. ¿Duele el cuello? Desgaste cervical. ¿Los codos? Reuma. ¿Las rodillas? Artrosis.
- Pasarnos la responsabilidad. No hacemos ejercicio, por ejemplo. Lo que tiene su guasa cuando te diagnostican reuma o artrosis y te envían a caminar.
- Otro clásico es la alimentación. No comes suficiente verdura, o comes demasiado tocino (como si eso fuera posible). Deja el alcohol y el tabaco, es otro clásico.
Porque, como bien dijo el renegón de don Atufado, el objetivo del sistema sanitario no es que vivamos mejor nuestros últimos años, sino que se nos hagan eternos.
De modo que los jubilados también desarrollamos estrategias defensivas, cuando no incluso marcadamente ofensivas. Ya hablaremos de ello, pero por ahora me limito a contaros estas visitas al médico desde el punto de vista del vejete.
Lo habíamos dejado en que descartamos la natación como remedio para la lumbalgia, y el especialista de acento y color de tez de origen lejanos pasó a recomendar el ejercicio pedestre. O sea, caminar.
- …Ah, pues entonces tendrá que salir a caminar.
Ya estábamos de nuevo. Utilicé el primer argumento de mi zurrón argumentario de viejuno.
- ¿Footing?
- No, caminar.
Vaya, un purista.
- Tengo artrosis.
Como cabía esperar, ni caso.
- Una hora diaria estaría bien.
Eso sí que no. Este hombre sabrá mucho de medicina, pero yo sé un montón de lógica: me niego a caminar una hora para volver al mismo sitio, cansado y sudando en verano, o tieso de frío en invierno. Pero como la lógica no es una asignatura valorada por la medicina, tendré que improvisar.
- ¿Una hora? ¡Si no aguanto ni media de pie sin que me duela la espalda!
- Poco a poco, ya verá como mejora.
Claro, no es a ti a quién le va a doler. Pues si esas tenemos, ya hay que tirar de del razonamiento “qué penica que doy”.
- Oiga, permítame que le insista: tengo artrosis, ciática, clavos en el pie derecho, y un dedo en garra.
- Consulte con su podólogo, seguro que le alivia lo del pie.
Claro que lo hará, pero caminando el alivio durará poco. Y mientras tanto, duele.
- Y además, con este calor…
- Sale usted a primera hora, cuando hace fresquito.
Ahí me has dado, que a esa hora ni han abierto los bares. Decirle a un manchego que puede salir a pasear sin tomarse un aperitivito – o, para el caso, un café bendecido – es una paradoja pragmática, eso que los psicólogos sociales definen como “una contradicción que resulta de una deducción correcta a partir de premisas igualmente correctas”. O sea, caminar me duele, pero da igual porque hará fresquito. Todo ello es correcto, pero la contradicción es que yo no quiero caminar porque me duele.
Volviendo a la consulta tras esta pequeña digresión cultural, parece claro que ya estoy condenado a caminar una hora diaria con gran dolor de mis principios lógicos, mis pies y mi espalda, o mentir como un bellaco. Sólo me queda un recurso antes de pasar a la segunda opción, el recurso al absurdo:
- Vale, pues me voy a preparar para la media maratón – tampoco hay que exagerar, por eso lo dejo en media y no en maratón completa -. Porque digo yo, que tanto dará caminar una hora o correr 10 minutos.
- No, correr podría ser contraindicado.
¿Correr está contraindicado? ¿Y caminar – que es como correr, pero más despacio – está recomendado. Aquí lo contraindicado es que te atiendan médicos que podrían ser tus hijos, cuando no tus nietos, y que no saben lo que es una artrosis, o una lumbalgia. A mí que me den facultativos setentones, con reuma y artrosis, de esos que sólo se desplazan en su Mercedes y se toman un cigarro y una copa con el café.
Sea como fuere, ya llevo el zurrón argumentario vacío, no me quedan balas en la recámara, el escudo está quebrado, … Elegid vosotros la imagen bélica que más os apetezca, pero tan sólo me queda rendirme incondicionalmente.
- De acuerdo, doctor. Lo intentaré.
Que es a lo que me refería cuando dije lo de mentir como un bellaco.
Ni de coña. No voy a madrugar para salir una hora diaria, con los bares cerrados, a dar la vuelta al pueblo para regresar al mismo sitio. Total, la próxima vez que venga a traumatología – que volveré, en eso no hay dudas – habrá otro médico sentado en esa silla. Y será aún más joven, mientras que yo seré aún más viejo.
Ea, de derrota en derrota hasta la rendición final, que en eso consiste la vejez. Y mientras tanto, que nos quiten los bailaos.
Hasta aquí la anécdota, porque así finalizó la obra teatral de esta consulta en particular. Digo teatral, porque consiste en una comedia bufa, aburrida y sin gracia, con olorcillo a tragedia futura. Una especie de danza en la que el paciente sabe que el médico sabe que no le va a hacer ni caso, pero el otro se lo manda porque toca soltar lo que tiene escrito en su protocolo de médico.
A ver, que no digo que sean unos bordes o unos desalmados. De hecho, he tratado con médicos amables y pacientes, que han resultado ser, con frecuencia, mujeres. Pero igual que el facultativo que me recomendó la natación podía haber mencionado que la braza no era lo adecuado, éste me podía haber dicho que en los gimnasios tienen elípticas, máquinas de remo, o bicicletas estáticas. Que con eso se hace ejercicio igual, y no duele. El problema es que como eres viejo y ya no tienes arreglo, pues te sueltan el rollo y ya te apañarás. O, al menos, esa es la impresión que transmiten.
Con esto acabo. Si queréis que hablemos de la perspectiva fumadora en la consulta del médico, por ejemplo, me lo ponéis en comentarios. Pero lo que es por mí, ya no os doy más la paliza.
Ahora voy a ver si algún oficiante que me bendiga un café, y ya de paso echo un purito.