De ignorantes, creyentes y apóstoles

Durante la pandemia hemos vivido una verdadera eclosión de estupidez social, entendiendo por tal la definición que en su momento construí para explicar tal fenómeno. Desde quienes ostentan el poder económico y se manifiestan por su libertad – obviamente, la de los pobres se considera libertinaje -, pasando por los coleccionistas de simplezas, o los negacionistas de todo aquello que suena a científico.

Una de las preguntas que se me ha realizado en más de una ocasión es por qué existe este fenómeno. La segunda pregunta es qué hacemos cuando nos encontremos con ellos.

No hay una única respuesta, porque no hay una única categoría. Yo he identificado al menos tres que no deben ser confundidas, cada una de los cuales tiene orígenes distintos y deben ser gestionadas de forma diferente. Cuando el diálogo es posible, que ya veremos como con la tercera categoría lo más probable es que perdamos el tiempo, y posiblemente la integridad.


Definiendo, que es gerundio.

(Un inciso. Nunca he entendido por qué extraña razón las cosas suenan más importantes en gerundio. ¿Alguien lo sabe? Cierro inciso.)

El primer punto que necesita ser claramente explicado es la diferencia entre dato, información, y conocimiento.

  • Un dato es una información fuera de contexto. Por ejemplo, 1492. ¿El año en que Colón descubrió América y los Reyes Católicos desterraron a los judíos sefardíes? ¿El precio de la última modernez de Apple? ¿Los milímetros que mide un niño de doce años? Es algo que requiere de un complemento contextual para tener sentido.
  • Sin embargo, si ponemos el dato en contexto, obtenemos información. Por ejemplo, Cristóbal Colón llegó al continente americano en 1492. Su utilidad es limitada, más allá de poder ser utilizada como punto de partida para un proceso más complejo.
  • Lo realmente interesante es el siguiente nivel. El conocimiento es el resultado de, partiendo de una creencia, aplicar un proceso de aprendizaje hasta alcanzar una certeza verificable. Por ejemplo, responder a la pregunta de ¿y qué se le había perdido en América a Colón? ¿Se echó una novia china y la echaba de menos? ¿Fue todo por la pasta? ¿Se aburría y dijo aquello de “pues vamos a descubrir algo”?

El conocimiento es lo realmente importante para comprender la diferencia entre las categorías de estupidez socializada.

Si recordamos lo que se habló sobre Kahneman, los sesgos cognitivos y los heurísticos, sabemos que toda mente humana dispone de dos sistemas de pensamiento.:

  1. Sistema 1 – Intuitivo, actúa desde la experiencia y las pautas almacenadas en la memoria.
  2. Sistema 2 – Esforzado, utiliza métodos de resolución de problemas y requiere un importante gasto de tiempo y energía.

Pues bien, para alcanzar el conocimiento no nos sirve el Sistema 1, debemos esforzarnos a lo largo de un proceso costoso para alcanzarlo. No sirven las respuestas fáciles o lógicas, y con frecuencia tendremos que aprender a vivir con preguntas sin respuesta.

make it simple, but not simpler | Citation einstein, Citations ...

Con esto ya podemos pasar a estudiar las tres categorías.

La ignorancia.

Un ignorante es alguien que se ha quedado en la entrada al proceso del conocimiento. Si bien no utiliza el sistema 2 para adquirir conocimiento, tampoco es tan ingenuo como para aceptar sin más lo que le dicte el sistema 1.

Puede ocurrir que:

  • No disponga de información lo suficientemente fiable para avanzar, como me ocurre a mí con la física cuántica. Quizás porque yo soy más fan de Einstein que de Planck (y el que no se consuela es porque no quiere).
  • No disponga de suficientes herramientas para avanzar en el proceso, como le ocurre a cualquier estudiante del sistema educativo español.
  • Le da pereza.

Sabremos que estamos delante de un ignorante porque reconocerá su desconocimiento, y recordad que la ignorancia no es ninguna vergüenza. De hecho, es el estado natural de la inmensa mayoría de los miembros de la sociedad humana.

La persona ignorante podrá repetir cualquier error que haya escuchado, pero lo hará de forma generalmente humilde y abierta al desmentido. Si escucha una respuesta que le parece más sensata, cambiará de parecer. Por tanto, no seáis arrogantes o peyorativos con esta gente, porque no lo merecen.

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Además, recordad que si un tal Sócrates llegó a reconocer que solo sabía que no sabía nada, os recomiendo humildad. Seamos sinceros, hemos nacido 2.400 años más tarde, pero muy pocos de nosotros, si alguno, es superior a él.

Creyentes.

La expresión magufo procede de la contracción de mago y ufólogo. Solía utilizarse en ambiente escépticos para referirse a los creyentes en pseudociencias, aunque ha evolucionado para incorporar a toda aquella persona que está dispuesta a creer firmemente todo aquello que le resulte lógico desde el punto de vista del sistema 1. Siempre y cuando refuerce su ego, naturalmente.

Eso implica confiar a pies juntillas en los sesgos heurísticos del sistema intuitivo, sin cuestionarlos.

Sin embargo, y pese a la popularización de la palabra magufo, soy partidario de utilizar la expresión creyentes, que considero más amplia.

Podría surgir una duda y haceros perder el sueño (o no): ¿por qué las teorías conspiratorias son tan importantes para los creyentes? La razón básica es que sus mentes son incapaces de gestionar la incertidumbre. Les causa tal pánico, que llenarán los huecos de conocimiento con prácticamente cualquier cosa que encaje y sea, en la muy irracional opinión de su Sistema 1, sólida y resistente.

Dicho esto, el creyente se diferencia por tanto del ignorante puro en que no solo los primeros renuncian a utilizar su capacidad de procesamiento, es que lo ignoran por completo. Por mostrar la diferencia con un ejemplo, supongo que somos todos conscientes del experimento de Riccioli lanzando una pluma y un martillo desde una torre y comprobando que el peso no suponía una mayor velocidad de caída del objeto, como por otra parte ya había previsto Galileo. Pues bien, si preguntamos qué llegaría antes al suelo, el ignorante dirá “Estooo… No sé… ¿el martillo?”, mientras que el creyente afirmará con total seguridad “El martillo, por supuesto. Vaya tontería, eso lo sabe todo el mundo.”

La razón es que, en ausencia de experiencia propia, se basará en lo que se conoce generalmente como “sentido común”: la acumulación de creencias de un determinado grupo social que se aceptan sin cuestionarlas. En otras palabras, la simplificación de cuestiones complejas hasta el punto de transformarse en simplezas.

Si cuestionamos lo que nos dice delante de terceros, tanto da que sea la esfericidad de la Tierra, la eficacia de las vacunas, o la muerte de Elvis Presley, se sentirá agredido en sus creencias. Y ya sabemos por experiencia con los dogmas religiosos, que un creyente acérrimo elegirá agredir antes de que hagamos tambalear su estructura crédula.

Dicho esto, con frecuencia es posible dialogar con ellos y cuestionar sus planteamientos si formamos parte de su círculo de confianza, y no hay público presente.

Apóstoles.

La tercera y última categoría – por ahora, que si rascamos salen más – es la de quienes no solo sostienen magufadas, sino que además se empeñan en divulgarlas como verdades absolutas, y agredirán violentamente a cualquiera que ose menoscabar su prestigio, tanto en público como en privado.

¿Cómo se alcanza este nivel? Hay varios motivos.

Una razón es pura y claramente la avaricia. Ser un apóstol magufo puede llegar a ser muy rentable. A estos – y estas, que hay unas cuantas – no solo amenazaréis su mundo de creencias, sino la forma en la que se ganan la vida a costa de aquellos magufos que andan buscando creencias para edificar su universo. Son fácil de reconocer: divulgan cosas de lo más extrañas a cambio de dinero. Puede ser desde reuniones en pequeños grupos, hasta seminarios por cientos, o incluso miles, de euros si las pseudociencias de las que hablamos tienen que ver con el entorno de negocios.

International Church of Christ worship.jpg
Asamblea de las Iglesias Internacionales de Cristo

Otra razón es el síndrome de Hybris. Suelen ser gente adulada y conocida, que acaba llegando a la conclusión de que están en poder de la verdad, y su obligación es divulgarla hasta que se imponga.

No los mueve necesariamente el dinero, como a los anteriores, sino el poder, la vanidad, y el prestigio. No escuchan, y tienden a destruir a quienes se les enfrentan cuando tienen esa capacidad. Pongamos que hablo de famosillos como Miguel Bosé o Gwyneth Paltrow, de expolíticos como Felipe González o Aznar que se permiten el lujo de criticar a cualquiera que esté en el gobierno, incluidos los suyos, y de una miríada de personajillos.

Insisto, no les llevemos la contraria en público, porque la agresión está prácticamente garantizada, y en privado simplemente nos despreciarán por no estar a su nivel.

Concluyendo.

Aprecio a los ignorantes, porque soy uno de ellos. Tengo preguntas, pero no siempre tengo respuestas. Probablemente porque soy hombre de poca fe.

Y es que la gran diferencia entre un científico y un creyente – entiéndase en sentido amplio, magufos incluidos – es que el primero plantea preguntas para las que, en ocasiones puede aportar alguna respuesta, siempre con fecha de caducidad. En cambio, el creyente dispone de respuestas que prácticamente sirven para todo, y son eternas. Por ejemplo, el gobierno miente. ¿Cuál era la pregunta? Da igual, como el gobierno miente lo podemos aplicar cada vez que el gobierno diga algo. La tecnología sirve para dominar a los individuos. ¿Qué tecnología? Pues tanto da que sea la nuclear, la 5G, las vacunas, o el viaje espacial.

Yo os recomiendo vivir con incertidumbre, y aceptarlo. De hecho, opino que las probabilidades son sexy. ¿La Tierra es un círculo, o una esfera? Pues que quieres que te diga, yo he viajado en avión y he llegado. ¿Hay vida en el exoplaneta Próxima Centauri C? Ni idea, y además me importa un pijo. ¿Hay vida después de la muerte? Pues ya se lo preguntaré a Elvis cuando lo vea, mientras tanto aplíquese la respuesta anterior.

En resumen, la incertidumbre es bella, y por tanto yo recomendaría no despreciar nunca a los ignorantes honestos. En cuanto a los creyentes, sean o no magufos, depende de si están dispuestos a utilizar su cerebro en modo esforzado en privado, o no. Y recordad que les asusta la incertidumbre, y hay pocas cosas más peligrosas que un creyente asustado. Que se lo digan a las víctimas de la Santa Inquisición.

De los apóstoles, ¡huid!

Saludos.


Una respuesta a “De ignorantes, creyentes y apóstoles

  1. Unas reflexiones interesantes y documentadas que requieren, por supuesto, ser «esforzado» leyendo hasta el final, de lo contrario no se puede opinar.
    Me tengo por la categoría de los ignorantes. El ignorante es consciente de la humildad de Sócrates que abre al conocimiento y de la asertación de Newton que situa a cada cual en su puesto. Yo, bebo gotas siempre que puedo.

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